1 abr 2013

Relato: Paciente Cero (II de III)

Paciente Cero
Parte II


Tras dos años más, ya era oficial. La tardanza con la que fui promocionado me exasperó, pues tenía bien presente esos informes que hablaban de un ataque en tres años. Si era verdad, sólo me quedaba un año por delante para enterarme de lo que pasaba.
Al menos, ya estaba en una posición de oficial, por lo que pude acceder a muchísimos documentos. Más de los que me podía haber imaginado.
Seguí investigando y empecé a encontrar al fin información clara. Leí algunos de los informes que ya conocía, como aquél que he citado arriba, sin censurar. Me sorprendí al ver que prácticamente no decía nada más. Era un simple informe preliminar y remitía a otras comunicaciones e informes posteriores.
Pero poco a poco, seguí adentrándome y, como decía, encontré información. Al fin se hablaba de un enemigo concreto. Los últimos países comunistas aliados con el mundo árabe. Pero decir eso era como, en los años de la Guerra Fría, hablar de la URSS. No era más que un enemigo mítico, poco real y que era el responsable de todos los males del mundo. Pero no. Lo repetían tanto y tan seguros que parecía real. Estaban tan convencidos de lo que afirmaban que no daba la sensación de que fuera propaganda.
También seguían hablando de que estallaría un conflicto pronto, que solo hacía falta un detonante. Algo tonto, poco importante, pero muy simbólico. Como en los peores años de la Guerra Fría, bastaba solo un paso en falso para que empezara una guerra como ninguna otra.
Una y otra vez aseguraban que la guerra sería diferente a cualquier otra, pero el cómo seguía fuera de mi alcance. En algunas ocasiones, creía entender algo sobre la temida guerra bacteriológica. Pero cuando parecía que lo iban a decir se limitaban a mencionar «eso». ¿Pero qué era «eso»?

Dejé de comer. Me pasaba los días en el archivo, recuperando trozos de información y analizando de arriba a bajo ciertos textos. Primero creí ver una clave en dos o tres informes. Luego en diez de ellos. Al final, todos ellos tenían textos en clave y códigos cifrados.
Tras varios meses buscando y varias visitas a la enfermería, pues mis días sin comer me estaban pasando factura, ya no sabía si había o no una clave, si era todo producto de mi enferma mente o todos conspiraban para que yo no supiera nada. Me desmayé varias veces, perdí 20 kilos y se me cayó el pelo. No me quedaban amigos, a todos los desprecié y me encerré en mi mundo de documentos secretos.
Finalmente, tras una visita especialmente larga a la enfermería, alguien se puso en contacto conmigo. Había hecho mucho ruido, o eso parecía, pues alguien fue a verme y me dejó una nota en la mano. Al despertar la vi, aun recuerdo el mensaje, lo tengo grabado aunque no decía nada. Solo: 6.05 Cocinas. Lo leí varias veces, para demostrarme a mí mismo que era real, que no era un espejismo.
Al día siguiente me presenté en la cocina, cinco minutos antes de la hora prevista. Di un paseo por si veía algo y saludé a los pinches y cocineros. No había nadie sospechoso. Me senté en una mesa y esperé. Esperé durante 30 minutos y al final nadie apareció.
Enfadado conmigo mismo por haberme dejado engañar me marché. Salí casi empujando a un suboficial que entraba. No me disculpé y salí corriendo para volver a mis archivos.
Llegué a mi despacho y me quité la chaqueta. Pero antes de hacer eso, llevé la mano a mis bolsillos, guiado por una especie de presentimiento. Allí encontré otro papel, arrugado, como el que había en mi mano cuando desperté. Debía habérmelo metido aquél tipo. Leí lo que ponía y casi me da un vuelco.
Salí corriendo otra vez hacia las cocinas, pero allí no había nadie. El supuesto suboficial se había marchado ya y nadie recordaba haber visto a nadie más que a mí entrar allí esa mañana. Les grité que eran estúpidos por no haber visto a la persona que se había chocado conmigo y salí de allí furioso.
En medio del cuartel me quedé parado y volví a leer la nota:
Está a punto de suceder algo. ¿Quieres enterarte? Volveremos a contactar contigo.
Dos líneas que confirmaban lo que yo ya sabía. Se preparaba algo gordo y solo unos pocos lo sabían. Mis investigaciones habían provocado que la gente que estaba enterada se me presentara.
Pero ¿para qué? Me asusté. Quizás querían mantenerme quieto e iban a matarme. O quizás me reclutaban. No sabía qué pensar y esa noche no pude dormir. Tampoco las siguientes y volví a perder peso. Eso sí, dejé de leer archivos y documentos, pues pensaba que pronto tendría respuestas y que era perder el tiempo seguir leyendo los mismos textos que ya había memorizado. Sin embargo, no hacía nada. Me dedicaba a pensar una y otra vez en cuándo se pondrían en contacto conmigo y qué me harían cuando supiera lo que fuera.

Tras varios meses sin ningún contacto, volví a recibir un mensaje de la forma más casual. Estaba en mi despacho, realizando informes, pues había vuelto a mis obligaciones, y entró un secretario con una bandeja de comida. Me sorprendí, pues yo no había pedido nada, pero no me quiso decir nada y solo me respondía con silencio a todas mis preguntas. Al final le di las gracias y le dejé marchar. Cuando cerró la puerta tras él, me levanté de mi mesa y puse el pestillo. No sabía porqué, pero suponía que tanto secretismo tenía que ver con el tema que me llevaba obsesionando todos estos años.
Entre la comida encontré una nota donde volvían a citarme. Esta vez a las 00.04 en la puerta del cuartel. Me asusté aun más si cabe por el hecho de que quisieran verme fuera a esas horas de la noche. ¿Me iban a fusilar?
En fin, daba igual. Si moría que así fuera, pero yo tenía que saber qué estaba pasando.

Esa noche me escabullí y llegué allí a las 00.00. Salí y allí esperé. A los pocos minutos noté una pistola que me presionaba la espalda. Ya está, pensé.
Cerré los ojos, esperando lo peor. Pero en vez de dispararme, la persona de mi espalda me dijo:
–Te voy a poner una venda. El lugar al que vamos es mucho más que secreto.
Antes de que pudiera decir una palabra me taparon los ojos y me empujaron. Empecé a caminar y me llevaron hasta un coche donde, con cierto cuidado, me hicieron entrar.
Tras unos minutos de viaje, la mitad de ellos para despistarme, pensé, paramos. Me sacaron del coche con mayor brusquedad que al principio y me empujaron hacia lo que debía ser un edificio o nave. Solo sé que dejé de oír los ruidos típicos de la noche, como los grillos.
Una vez dentro me retiraron la venda y, poco a poco, me acostumbré a la poca luz que había. Pude ver a mi alrededor a varios miembros del Ejército a los que no conocía, pero los había de todos los rangos. Estaba en una sala pequeña y varias personas estaban alrededor de una mesa con mapas. Yo me encontraba en la pared, al lado de una puerta por la que, presumiblemente, habría entrado. Al otro lado de la sala había otra puerta, con dos soldados a cada lado de ella. No sé por qué pero me imaginé que allí había algo importante. Y también terrible. La puerta despedía un aura extraña y se veía incómodos a los soldados que la guardaban, como si prefirieran pasarse la vida cortando uñas a permanecer allí más de cinco minutos. Todos los que pasaban cerca también lo hacían incómodos.

Tras unos minutos esperando, el oficial de mayor rango se giró hacia mi y murmuró algo a los que estaban a su alrededor. Todo el mundo salió, salvo los de la puerta y un par de personas más. Esperó pacientemente a que saliera todo el mundo y al final habló.
Cuando lo hizo, su voz pareció llenar toda la sala. Hablaba con la autoridad que confiere la experiencia.
–Por fin nos conocemos. –Fui a decir algo, pero me cortó antes de empezar–. No se preocupe, sé que tendrá muchas preguntas, pero ya llegaremos a eso.
Durante unos minutos se presentó (omito su nombre, porque ya hace años que murió y no serviría de nada a nadie), presentó su equipo y me contó como, al igual que yo, empezó a investigar los rumores hace muchos años, una década antes de que yo llegara siquiera al Ejército. Al tener una posición mejor había creado un equipo. Muchos de los informes que yo había leído habían salido de ahí y otros eran refritos de lo que salía de verdad.
Me confirmó que el enemigo tenía unas armas inimaginables hasta la fecha y que no se parecía a nada que se hubiera hecho nunca.
–El enemigo, sí –hizo una pausa–. Se preguntará quién es, claro –hice un gesto afirmativo con la cabeza, invitándole a continuar–. El enemigo es el que usted se imagina –asentí, cabizbajo–. Pero no se preocupe, hemos empezado a buscar una manera de combatirle en su mismo terreno –dijo sonriendo.
Se acercó a mí con un brazo extendido y me agarró suavemente el brazo.
–Venga conmigo: le voy a mostrar la joya de la corona. El arma que nos pone al mismo nivel que los enemigos.
Me guió hacia la otra puerta. Según nos acercábamos mayor era mi rechazo hacia lo que había detrás. Las muecas de los guardianes no ayudaban. Pero no podía hacer nada así que abrió la puerta donde vi lo más horrible que había visto nunca.

(Continuará en la tercera, y última, parte)


Ángel G Ropero
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El Bunker
Los lunes de 17.30 a 19.00 en Radio Ritmo Getafe y siempre en el podcast.

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