16 oct 2012

Relato: Las cadenas del lobo I (de II)



Las cadenas del lobo
Un dolor tremendo recorrió todo mi cuerpo. La sangre caía en cascada por mi cuello. Esa criatura peluda huyó y yo caí desmayado. Mi último pensamiento fue 'no quiero morir'.

Me desperté a la mañana siguiente entumecido y sin poder recordar nada de lo que había pasado la noche anterior. Entré en el baño para lavarme. Levanté la mirada del lavabo y vi algo en el espejo. Un destello. Una ilusión que se esfumó en medio segundo. Lo achaqué al sueño pero el resto del día ya no estuve tranquilo.

Mi día comenzó como cualquier otra aburrida jornada de oficina. Además, sentía en los huesos que no iba a ser el mejor día de trabajo. Esa sensación fue acrecentando según veía ir y venir a mi superior del despacho del jefe.
No era el único que lo sentía. La atmósfera de tensión era palpable en toda la oficina. La expresión 'se avecina un marrón' era la más repetida y todos temían ser los elegidos. Yo ya sabía que era mi día. Si no hubiera tenido suficiente con una estresante semana con el tema de mi familia, la carta del banco... Y encima ese dolor continuo en todo el cuerpo...

Y la tormenta llegó. Y claro, el trabajo extra me tocó a mí. Me tocaría quedarme toda la noche en la oficina. 'Pero no te preocupes, tú ascenso está asegurado. Solo un esfuerzo más'. Esas palabras entraban y salían de mi cabeza como un murmullo ininteligible, mientras se me iba la cabeza.
En mi mente, aparecieron terribles imágenes que resultaban de lo más apetecibles. Un lobo dando dentelladas, lanzándose sobre su cara, destrozando su sonrisa hipócrita. El lobo aplastándole contra el suelo, mordiendo su carne y relamiéndome satisfecho, con el estómago lleno de carne fresca.

Me desperté aturdido y vi que estaba en un sofá. ¿Qué ha pasado? Solo recordaba haber hablado con mi superior. En el espejo de la sala de descanso apareció y desapareció algo en medio segundo. Entró la secretaria con cara preocupada, y me ofreció un café. Justo lo que necesito grité, sin saber muy bien porqué y la pobre muchacha salió enojada y lanzando maldiciones.

A continuación entró mi superior, lleno de vendajes, seguido de mi jefe y de un par de personas que no conocía. Olían, literalmente, a abogados y eso no me hizo ninguna gracia. Gruñí en mi interior. Me levanté del sofá de un salto, más rápido de lo que esperaba, y los cuatro hombres retrocedieron. Me llevé la mano a la cabeza y me sentí desfallecer. La rabia se acumulaba en mi cuerpo.

Los hombres empezaron a decir cosas que no entendía. Agresión, denuncia se repetían mucho y conseguían penetrar en mi mente, pero no las relacionaba con nada real, nada conocido. Luego otras palabras que me sonaron peor: cárcel, celda... Mi mente las relacionaba con cadenas, esclavitud... En mi cabeza, volví a ver a ese lobo, rabioso, queriendo despedazar, destruir...

Pude sacar esas imágenes y enfocar a las personas que tenía delante. Se reían, y alzaban sus cadenas y sus lanzas, moviéndolas en frente de mí, queriendo cazarme. Me negaba a dejarles, mordería y mataría por escapar.

Mientras una pequeña parte de mí le decía al que controlaba mi mente que no estaba bien, que las lanzas solo eran bolígrafos y que las cadenas no eran más que gomas. Pero mi lobo interior, enorme, oscuro y de ojos rojos, se puso a perseguir a ese pequeño impulso racional hasta que lo hizo esconderse, en lo más recóndito de mi subconsciente. La bestia sabía donde estaba, pero no le persiguió. A saber porqué. Le resultaría divertido, como un perro detrás de un palo.

Volví a la sala de descanso y lo primero que vi me causó primero una gran excitación y luego una gran sorpresa. Las paredes estaban llenas de sangre. No vi a ninguno de los cuatro hombres. Me mire las manos y las uñas, muy largas, tenían también sangre.
En el espejo me vi a mi mismo. El pelo largo cubriendo todo mi cuerpo y la ropa desgarrada. Mucha sangre chorreaba de mi quijada.
Y vi algo más. En el espejo se reflejaba a través de la ventana, un disco blanco. Sentí ganas de gritar, de lanzar mi ira al cielo y ese disco.

La habitación se oscureció. De repente todo giraba. Y caí al suelo. Me levanté como pude, envuelto en sudor, con los pantalones y la ropa desgarrada... Me miré al espejo y el lobo me guiñó un ojo. Esta vez sí que lo había visto. Se reía de mí y de esa pequeña parte racional que me quedaba. La había dejado salir para volver a jugar al ratón y al gato.

Volví a fijarme en la ventana y vi que la Luna se había ocultada. Como mi raciocinio, parapetada tras una oscura nube. Pronto, la nube se marcharía y volvería a transformarme. Pues no era otra cosa lo que me había pasado sino que me había convertido en... No podía decir las palabras. Me negaba, pues si lo decía sería como si fuera real. El lobo volvió a guiñarme un ojo desde el espejo y recordé lo que pasó anoche.  

Ángel G Ropero
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El Bunker
Los lunes de 17.30 a 19.00 en Radio Ritmo Getafe y siempre en el podcast.

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