18 oct 2012

Relato: Al final de la escalera III (de III)


Al final de la escalera
-III-


Bajé los dos siguientes tramos de escalera casi corriendo, pero siempre mirando a mi espalda, por si se movía el cuerpo.
Afortunadamente no vi nada salvo, como en el anterior rellano, mucha sangre y restos de vísceras removidas. Como arriba, había que moverse despacio para no acabar en el suelo.

Finalmente, llegué al portal donde me esperaba una sorpresa. Esperanzada, vi entrar un chorro de luz por la ventana rota de la puerta. Por primera vez en dos días sonreí. Era libre. Podía ir a donde quisiera.
Mi error fue relajarme, pues bajé la guardia y ese pudo ser mi último error.
Caminé hacia la puerta sin ni siquiera fijarme en lo que había a mi alrededor en el portal. Cuando alargué mi mano para tirar del pomo y salir a la luz del día, un crujido a mis espaldas me hizo temblar desde la punta de los pies hasta el último pelo de mi cabeza. Ese crujido iba acompañado de un gemido que crecía en intensidad.

Me di la vuelta lentamente y pude ver un caminante que me resultaba conocido. Le faltaba medio cuerpo donde había quedado atrapado con la puerta. Tenía media cara desprovista de carne y solo le quedaba un brazo. El otro, había quedado colgando de la barandilla. Cojeaba para andar y alargaba su único brazo hacia mí.
Ahogué un grito de terror que habría alertado al resto de no muertos de la zona y, como pude, levanté el bate de béisbol.
Sin mirar, bateé y note varias cosas a la vez. En primer lugar, una resistencia casi mínima al movimiento del bate. Me pareció al principio que había fallado, pero un sonido que era una mezcla de crujido de huesos y de una masa gelatinosa al escurrirse, me cercioraron de lo contrario.
En segundo lugar, noté un tirón de mi jersey que se desgarró bajo la presión a la que era sometido.
En último lugar, oí como un cuerpo caía al suelo entre más crujido de huesos.

Me atreví a abrir los ojos y lo que vi me dejó asombrada. El caminante estaba tirado en el suelo, sin cabeza, y en una postura que habría resultado cómica de no ser tan horrible la situación.
No me explicaba que había pasado. Mi fuerza era mínima y estaba demasiado asustada para poder concentrarme en dar un buen golpe. Solo con el tiempo comprendí que el estado del no muerto era tan lamentable, que una pequeña presión fue suficiente para acabar con él.
En ese momento, no podía pensar. Solo pude retroceder y correr.

Y desde entonces no he parado de correr.

Y así, continuó mi viaje. Siempre hacia el amanecer.


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El Bunker
Los lunes de 17.30 a 19.00 en Radio Ritmo Getafe y siempre en el podcast.

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